La Destrucción del patrimonio cultural de Irak
Texto completo de la conferencia
de Fernando Báez en Berlin
Febrero, 2006
Bebelplatz, Berlin
Nota introductoria
Quiero dar las gracias por esta invitación a Catherine David, a Hila Peleg, Paz Aburto y al resto del personal del Instituto de Arte Contemporáneo (Kunst-Werke Berlin). Es un honor estar aquí y compartir con ustedes el resultado de una investigación que ya ha sido narrada con detalle en un libro mío publicado en España en 2004 y reeditado en Latinoamérica en 2005. Se trata de La destrucción cultural de Irak. Un testimonio de posguerra. Ha sido traducida a varias lenguas, pero por desgracia no al árabe ni al alemán, y por eso hoy tal vez les recuerde algunos aspectos que ya conocen por mis denuncias en los medios de prensa al mismo tiempo que voy a presentar una serie de evidencias de novedades que constituyen graves delitos contra el patrimonio cultural de Irak, lo cual es una manera de decir que son daños contra la memoria colectiva mundial, porque la civilización de las que somos parte comenzó en el sur de Irak.
I
Vamos primero a examinar lo que pude constatar.
Como miembro de una comisión internacional, respaldada por organizaciones internacionales universitarias, el Centro Mundial de Estudios Árabes, viajé a Bagdad como antes lo hice a Sarajevo o a Afganistán: yo era apenas un modesto investigador, y mi deber, en todo caso, era tomar apuntes, concisos, sin prejuicios ni cargas emocionales. Al final debía entregar un informe técnico con una descripción de los daños sufridos por las bibliotecas Iraquíes en Bagdad, Mosul y Basora. Sólo eso. O nada menos que eso. Iba, por supuesto, prevenido por mis colegas, claro, pero lo que averigüé y lo que vi, vale la pena advertirlo, me produjo insomnio durante las noches siguientes. Hubiera sido mejor, tal vez, olvidar, pero he descubierto que uno olvida para que todo, de nuevo, lo sorprenda. Las trampas de la razón son las más arteras. El informe se transformó en un suceso que habría de cambiar mi vida para siempre.
Lo que encontré en la Biblioteca Nacional fue un arruinado edificio de 3 pisos uniformes de 10.240 m2 con celosías arábigas en todo el medio, construido en 1977. Cuando llegué, permanecía una estatua de Sadam Hussein con la mano izquierda en posición de saludo y la derecha sosteniendo contra su pecho un libro. Desde lejos pude observar que la fachada, en el centro, sufrió daños por el fuego. Rompió con tal fuerza las ventanas que imprimió en el sitio un aire melancólico. En las escaleras del frente, estaba un grupo de soldados estadounidenses, algunos de ellos latinos. Fumaban sus colillas de cigarro con desidia y se divertían con bromas rápidas. Parecían aburridos.
La entrada, protegida del sol por un saliente en cuyo borde está escrito el nombre de la biblioteca, dejaba ver en el interior a decenas de obreros y expertos que trabajaban en la inútil limpieza del lugar. La luz, filtrada por las ventanas, dejaba a la vista miles de papeles en el piso. La sala de lectura, el fichero con el catálogo de todos los libros y los estantes mismos habían sido literalmente arrasados. La estructura se veía tan severamente afectada que la juzgué precaria: difícilmente soportaría el impacto de un temblor mínimo. Aún había cenizas. Los archivos de metal estaban quemados, abiertos y vaciados.
El saqueo de la Biblioteca, según me comentaron dos empleados, estuvo precedido por algunos hechos desconcertantes. Primero fue el ataque a Bagdad con bombas Moab y misiles, que destruyeron más de 200 edificios públicos, decenas de mercados y negocios. La operación fue llamada «Impacto y pavor» y se mantuvo durante los últimos días de marzo. Los ataques, no obstante, además de la información de que el régimen de Sadam Hussein había caído y el presidente había huido con sus hijos a un refugio, provocaron una confusión general. No había policía y los soldados estadounidenses tenían órdenes expresas de no disparar contra civiles ni atender peticiones ajenas a los objetivos militares. El miércoles 9 de abril cayó la gran estatua de Hussein en la plaza central. El pillaje inicial se dirigió contra los palacios y las casas de los jefes Iraquíes. De los hospitales se llevaron hasta las camas. En las tiendas, los comerciantes, armados con pistolas, fusiles y barras de hierro, montaban guardia y ahuyentaban a los ladrones, muchos de ellos jóvenes, niños y mujeres.
Fue el día 10 cuando, procedente de los suburbios, se reunió una multitud en la Biblioteca, que no estaba defendida por ninguna unidad militar. Al inicio predominaron la cautela y la prisa, luego el descaro, y una anarquía impuso las reglas de saqueo. Niños, mujeres, jóvenes y ancianos se hicieron con todo lo que pudieron, de un modo selectivo, como si hubieran ido de compras. El primer grupo de saqueadores, que contaba con un apoyo externo, sabía dónde estaban los manuscritos más importantes y se apresuró a tomarlos. Otros saqueadores, hambrientos y resentidos con el régimen depuesto, llegaron después, en busca de objetos valiosos, y provocaron el desastre posterior. La muchedumbre corría por todos lados con los libros más valiosos. También cargaban consigo las fotocopiadoras, resmas de papel, equipos de computación, impresoras, muebles y máquinas donadas por la UNESCO. En las paredes, quedaron escritos mensajes como «Muerte a Saddam», «Muere Saddam», «Saddam apóstata». Inexplicablemente, un camarógrafo filmó sin prisa estos actos y luego se desvaneció sin dejar rastro. Es posible que cualquier día podamos ver esa triste cinta, que va a revelar un misterio tan curioso como el de la quema de la Biblioteca de Alejandría: ese misterio es cómo sabían los saqueadores que las tropas estadounidenses no les dispararían y por qué algunos de ellos tenían listas con los títulos de los libros que iban a llevarse y que han aparecido en tiendas de anticuario.
Los saqueos se repitieron una semana más tarde y, sin mediar palabra, un grupo llegó en autobuses de color azul, sin sellos oficiales, el día 12, y alentado por la pasividad de los militares que circulaban unas calles más allá, roció con algún combustible los anaqueles y les prendió fuego. Es obvio que se hicieron también piras con libros para encenderlos. Según otra versión, se usaron fósforos blancos, de procedencia militar, para el incendio, y hay evidencias que lo confirman. Pasadas unas horas, una columna de humo podía verse a más de cuatro kilómetros y en ese incendio voraz desaparecieron las obras. Entre otros daños, ardieron las viejas máquinas y algunos periódicos. En el tercer piso, donde estaban los archivos microfilmados, no quedó nada. El calor, según pude constatar, fue tan intenso que dañó el piso de mármol y causó severos deterioros en las escaleras de concreto y el techo. Todo se convirtió en oscuridad y, por supuesto, en ruina. En el mismo ataque fue destruido el Archivo Nacional de Irak, en la segunda planta de la Biblioteca, que contaba, por cierto, con un equipo de trabajo de 85 personas. Desaparecieron millones de documentos (algunos hablan de diez millones, otros de dos o tres millones), incluso algunos del período otomano, como los registros y decretos.
Concluido el desastroso pillaje, no había literalmente nada que hacer. El Secretario de Defensa de Estados Unidos, Donald Rumsfeld, a manera de excusa ante estos hechos, comentó que «la gente libre es libre de cometer fechorías y eso no puede impedirse». El anterior director de la Biblioteca se lamentó con nostalgia: «No recuerdo semejante barbaridad desde los tiempos de los mongoles». Aludía a que en 1258 las tropas de Hulagu, descendiente de Gengis Khan, invadieron Bagdad y destruyeron todos sus libros arrojándolos al río Tigris.
Es sabido que algunos bibliotecarios y líderes religiosos salvaron miles de libros que fueron llevados a la mezquita Al Haqq entre el 10 y el 12 de abril. No obstante, el número de textos destruidos fue incuantificable. Los expertos enviados por Estados Unidos han reconocido un 30% de pérdidas; el Dr. Taher Khalat Jabur al-Bakaa de la Universidad Mustansariya dijo en la Feria del Libro de Frankfurt que se habían destruido apenas 17.000 libros; Kamal Jawad Azur ha hablado de un 50% de libros quemados; en cuanto a mí, me atrevo a señalar que, tras un exhaustivo análisis de los datos conocidos, se quemó un millón de libros, y a la lista de daños añadiría una cantidad imprecisa de textos perdidos. No comparto la tesis de los bibliotecarios del Congreso de Washington de que agentes de Saddam Hussein quemaron los libros para simular una destrucción cultural que ocultara la destrucción de los archivos que podía comprometerlos, y no lo comparto porque las evidencias y testigos contradicen estos argumentos teóricos de última hora.
La biblioteca, además de ocuparse del depósito legal, constaba de tres partes: impresos, periódicos y archivos. El depósito legal consistía en la entrega de cinco ejemplares, aunque la situación económica redujo considerablemente esta práctica. Miles de donaciones enriquecieron el centro durante años. Lo más doloroso fue la desaparición de ediciones antiguas, de tratados matemáticos, tratados filosóficos, colecciones enteras de clásicos universales así como centenares de crónicas e historias. En las calles, en las ventas de libros, podían conseguirse volúmenes de la Biblioteca Nacional a precios irrisorios. Los viernes, en la feria de la calle Al-Mutanabbi, estas obras salían a la venta. Personalmente pude ver un tomo de una Enciclopedia Árabe con el sello oficial estampado en su portadilla. Hubo un intento de borrarlo, sin éxito.
Fue tal el daño en el edificio de la Biblioteca que los coordinadores culturales de la CPA (Coalition Provisional Authority) decidieron finalmente que era mejor demolerlo y utilizar otra sede, bien un palacio o alguna instalación como el Club Militar de Irak, lo que todavía es dudoso: la violencia creada por una resistencia creciente pone en serio riesgo la seguridad de lo preservado. Además, de los 119 trabajadores de la Biblioteca no queda casi nadie, y los nuevos bibliotecarios no cuentan con el apoyo suficiente para implementar una política de conservación eficiente. Los Archivos, por su parte, fueron colocados en un lugar diferente, y lo que se salvó subsiste en bolsas, y los trabajos de restauración apenas han comenzado. Desde el principio debió procederse a un congelamiento porque de otro modo se produce, como se produjo, una contaminación muy rápida de hongos. De cualquier manera, el proceso de descongelamiento causará daños en los libros. Los lomos son duros y resistirán mejor, pero las páginas quedarán arrugadas, jamás volverán a su estado original.
Durante la Conferencia “Internet Librarian internacional”, celebrada en octubre de 2004 en Londres, el Director de la Biblioteca Nacional de Irak, Saad Escander, afirmó que durante el régimen de Saddam Hussein, la Biblioteca y el Archivo Nacional estuvieron abandonadas, debido a que el dictador no toleraba muestras de disidencia y tampoco estimulaba la cultura. Acusó al anterior Ministro de Cultura, Hamid Yuosif Hammadi, de referirse a la Biblioteca como si de un cementerio se tratase, y con suficientes pruebas demostró que los bibliotecarios pertenecían todos al Partido Baaz. En 1987, el baazismo, según Escander, cortó los recursos a la Biblioteca y provocó una fusión entre archivos y bibliotecas, lo que se tradujo en un desinterés creciente por las adquisiciones. De no haber sido por las donaciones, Escander dijo al auditorio que habría colapsado el trabajo bibliográfico.
Entre otras cosas, denunció que para 2003 no había programas de conservación y los laboratorios de restauración y secado estaban en desuso desde hacía 10 años. En cierto momento de su lectura, Eskander decidió explicar qué ocurrió en abril de 2003 y culpó de lo ocurrido, como hecho poco frecuente, a su predecesor, por negligencia. Al parecer, éste desaprovechó la cercanía de numerosas mezquitas que pudieron haber servido para proteger los documentos y libros en mayor número.
Me agradó saber que Escander reconoció que las tropas estadounidenses son responsables de violar la Convención de la Haya de 1954, al no proteger las instalaciones culturales durante la toma de Bagdad. Comentó que el 10 de abril, varios soldados derribaron una estatua que estaba frente a la Biblioteca Nacional y luego se marcharon, propiciando el saqueo e incendio posterior. Escander admitió que hubo dos incendios, y en el segundo el Archivo Nacional perdió el 60% de su colección de manera irreparable. En la Biblioteca, las pérdidas de mapas y fotografías fueron totales, y calculó en un 25% las pérdidas de libros. Admitió que había abierto una investigación para determinar si la destrucción fue premeditada, y llegó a la conclusión de que una gran parte fue espontánea y la otra planificada, como la referida a la quema de los archivos de la Era Republicana. Pero dicha investigación se encuentra en una calle sin salida.
II
El 11 de mayo de 2003, completamente intrigado, me dirigí al Museo en Bagdad. El Museo es una majestuosa construcción cuadriculada fundada en la década de los veinte en el siglo XX. En su apogeo, contaba con exhibiciones de diversas etapas: Prehistoria (sexto y cuarto milenio a.C.), Era Sumeria (cuarto y tercer milenio a.C.), Era Asiria (segundo milenio-siglo siete a.C.), Era de Hatra, Partos y Sasánidas (siglo tercero a.C.) y Era Islámica (siglo ocho al siglo dieciséis).
Es importante precisar aquí que los libros de la Biblioteca Nacional no fueron los únicos en ser destruidos o saqueados. Las tablillas de arcilla de los sumerios, los primeros libros de la humanidad, de unos 5300 años de antigüedad, fueron robadas de sus vitrinas de exhibición en el Museo. Entre otros, este centro almacenaba textos de Súmer, Acadia, Babilonia, Asiria y Caldea, Persia y varias dinastías árabes. Tablillas con el Poema de Gilgamesh fueron sustraídas.
Sobre el número exacto de objetos destruidos o robados, hay divergencias todavía. Primero se dijo que eran 170.000 objetos del total de medio millón de objetos del Museo. El Coronel Matthew Bogdanos, a cargo de las operaciones desmintió esta cifra al advertir que fueron unos 13000 los objetos robados y en una rueda de prensa en 2004 señaló que más de 3500 objetos fueron devueltos. Reconoció que el patrimonio cultural Iraquí que se salvó, fue porque los propios directivos Iraquíes del Museo trasladaron 21 cajas a las bóvedas del Banco Central con 6.744 piezas de oro y piedras preciosas. Asimismo otras 5 cajas contenían el tesoro de Nimrud. Hoy han aparecido la Dama de Warca y el Vaso de Warca, en estado deplorable de conservación, entre muchas piezas.
III
Además de la Biblioteca Nacional, el desastre cultural alcanzó a las 144 bibliotecas públicas de Irak, sin contar las privadas. La colección de 5000 manuscritos islámicos de la Biblioteca Al-Awqaf, situada a unos 50 metros de la Biblioteca Nacional, ya casi no existe. El fuego destruyó la instalación, como pude evidenciar. Hubo, por supuesto, los saqueos rutinarios y las consecuencias fueron terribles. Al menos el 50 por ciento de la colección desapareció, y el edificio quedó en tal estado de destrucción que difícilmente pueda ser reparado. Los cables cuelgan y las vigas, peladas, se unen a columnas a punto de su caída. Los volúmenes salvados, unos 5300, están a cargo de bibliotecarios que temen por su propia vida, y están tan deprimidos que no creen en soluciones procedentes de ninguna organización. Según me dijeron los pocos que se animaron a hablar, el guardia fue asesinado por los soldados de Estados Unidos, que lo confundieron.
Diversos testigos me aseguraron que la destrucción de los libros ocurrió cuando entre el 13 y 14 de abril unos 15 ó 20 civiles, posiblemente árabes, llegaron e irrumpieron violentamente en la biblioteca. Los seguía un joven con una cámara filmadora. Una vez robados los manuscritos, fueron arrojadas granadas de fósforo en el interior. Inexplicablemente, de 32 bultos con los libros, más de diez fueron eliminados y perecieron más de 800 manuscritos.
La situación de las universidades Iraquíes fue crítica y sigue siéndolo. Supe que después del fatídico 8 de abril, grupos de saqueadores atacaron las instalaciones de la Universidad de Bagdad, la más grande de Irak, con 70.000 estudiantes de pregrado y 8000 estudiantes de postgrado en 24 colegios. Los saqueadores se llevaron todo lo que fueron capaces de transportar. En el Departamento de Artes Musicales sacaron 1000 cintas grabadas, 30 pianos y miles de libros. En el campus Bab al-Muazzam trajeron camiones y huyeron con aires acondicionados, equipos de laboratorio, archivos, escritorios, pupitres, sillas, insumos, computadoras, impresores, scanners, fotocopiadoras...Además de esto, y como si tal grado de destrucción no bastase, todos los registros estudiantiles, la base de datos de tesis y monografías, los certificados con las notas y los títulos, se perdieron, en medio del pillaje y del caos.
Lo lamentable es que el proyecto de reconstrucción de las saqueadas universidades Iraquíes fracasó. El Congreso de los Estados Unidos autorizó 8 millones de dólares y se requerían 500 millones. En el momento en que escribo un total de 375.000 estudiantes siguen en condiciones paupérrimas, y los profesores que superaron las purgas ideológicas no tienen escritorios. Los laboratorios se quedaron sin los equipos prometidos, lo que ha obligado a los profesores a dar por vistas materias de manera teórica y no práctica.
La Bayt al-Hikma o Casa de la Sabiduría fue atacada. El 11 de abril, según constaté, fueron destruidas las muestras de la exposición sobre el Imperio Otomano, y una parte del edificio se incendió. A saber, los saqueadores en la mañana no dejaron nada de valor, pero regresaron por la tarde, con más bríos y confiados en que lo mejor estaba oculto. Entre los lugares saqueados, estarían la imprenta, el salón de lectura y las bibliotecas. Probablemente la sala de lectura fue atacada con granadas porque los daños de las paredes así lo revelan. La sección de libros extranjeros mostraba, cuando llegué, los signos del pillaje: las estanterías vacías y el piso cubierto de papeles rotos. Entre otros, hay catálogos que indican que se perdieron más de 5500 volúmenes de la Oficina Exterior de Reino Unido, unos 5 tomos de documentos franceses alusivos a la Primera y Segunda Guerra Mundial, documento clasificados de Estados Unidos sobre el golpe de Estado en 1940, documentos sobre la comunidad judía en Bagdad, 15 volúmenes del período Otomano, 15 volúmenes de la corte de Mahkama Shar'ija y tomos de la Enciclopedia Británica. Entre los textos perdidos estarían un Corán del siglo IX, una copia del siglo XII de Maqamat al-Hariri, los textos más importantes de Avicena, crónicas históricas, poemas y obras de teatro.
La Academia de Ciencias de Irak o al-Majma' al-`Ilmi al-`Iraki, uno de los más prestigiosos centros de investigación del Oriente Medio, sufrió grandes pérdidas. Localizada en Waziriya, tuvo en su mejor época manuscritos, periódicos, libros extranjeros, revistas científicas y humanísticas, tesis, monografías y cientos de papeles con artículos. Había un laboratorio con 20 computadoras, imprenta, salas de lecturas, y cubículos bien dotados para los investigadores. El saqueo en este lugar comenzó con la llegada de unos soldados estadounidenses y un tanque. La bandera de Irak que ondeaba en la Academia fue retirada y, de un modo violento, horas más tarde, los saqueadores llegaron dispuestos a llevarse todo. Y así lo hicieron. No dejaron una sola computadora, escritorio, regulador de voltaje, impresoras ni nada sin tomar. Estaban enloquecidos. A diferencia de otros centros intelectuales, la Academia no fue incendiada, pero de un total de 60.000 libros la mitad se perdió, lo mismo que cientos de publicaciones que eran enviadas desde el mundo entero en diferentes lenguas.
En Basora, todos los departamentos de la Universidad fueron saqueados y destruidos y el 80% de los libros desapareció. En Mosul, las bibliotecas del Museo y la Universidad se desvanecieron.
Junto a este panorama siniestro, hay otros hechos que causan estupor y conviene mencionar. Baste decir que en el primer fin de semana de mayo de 2004 las tropas estadounidenses e italianas, al enfrentarse con los milicianos seguidores del clérigo as-Sadr, provocaron que la biblioteca del Museo de Nassiriya, que constaba de 4000 libros, fuera totalmente quemada.
Este desastre ha ido acompañado por el asesinato de intelectuales Iraquíes. El viernes 30 de julio de 2004, en una de las laberínticas calles de Mamudiya, a unos 30 kilómetros al sur de la ciudad de Bagdad, asesinaron a Ismail Jabbar al-Kilabi, director del Instituto Normal de Enseñanza. Según la Unión Iraquí de Profesores Universitarios, con este asesinato llega a 1000 el número de intelectuales que han sido víctimas de la violencia desde abril de 2003. El 27 de julio del mismo año, por ejemplo, fue atacado Muhammad al-Rawi, Presidente de la Universidad de Bagdad. Su muerte no fue un caso aislado. También murió el Dr. Abdul Latif al-Maya, un eximio académico de Ciencias Políticas de la Mustansiriya. Debo mencionar el crimen horrendo contra el Dr. Nafa Aboud, profesor de Literatura Árabe de la Universidad de Bagdad, cuyo único delito fue pedir la paz para su nación. Y en la macabra lista, que no voy a suministrar completa, resaltaría el monstruoso atentado contra el Dr. Sabri al-Bayati, geógrafo, un erudito que había logrado crear una escuela de grandes profesionales. Y no veo cómo olvidar al Dr. Fala al-Dulaimi, Asistente del Decano de la Mustansariya, al Dr. Hissam Sharif, un miembro notable del Departmento de Historia de la Universidad de Bagdad, o el Profesor Wajih Mahjoub, del Departamento de Educación Física.
Pero aquí no se agotan los problemas del mundo intelectual Iraquí. Si esto parece escandaloso, debo citar algunos acontecimientos recientes. El diario Al Sabah, favorable al gobierno estadounidense, publicó en 2004 un reportaje donde reconoció que los soldados italianos, los famosos carabinieri, han estado robando, sin escrúpulos, decenas de antigüedades de los asentamientos arqueológicos que tenían la obligación de cuidar. Lo que era un rumor se ha transformado en una dolorosa verdad: los ocupantes saquean la nación y violan, ante la mirada indiferente de la comunidad internacional, la Convención de La Haya de 1954, que exige que el país ocupante proteja el patrimonio cultural de la nación invadida. A mediados del mes de mayo de 2004, en Thee Qar, policías aduaneros, confiscaron cientos de objetos que eran trasladados en un camión de las fuerzas italianas que se dirigía a la inestable frontera con Kuwait.
Los anticuarios Iraquíes, por su parte, han denunciado que numerosos soldados se acercan a sus tiendas para ofrecer sellos sumerios y objetos decomisados para venderlos. En los zocos de Bagdad, es común encontrar tablillas cuneiformes y piezas procedentes de la excavación de Nippur. Una investigación de la policía Iraquí, que no pudo llegar a ninguna conclusión, descubrió que un oficial del ejército de Estados Unidos facilitaba la exportación de estos objetos. Hay otras investigaciones canceladas que refieren cómo soldados británicos, en sus ratos libres, realizan excavaciones ilegales en busca de un objeto que les sirva como ayuda económica tras el futuro retorno a Inglaterra.
El 11 de junio de 2003 ya había sido detenido un asesor llamado Joseph Braude, autor de “The New Irak: Rebuilding the Country for Its People, the Middle East and the World”, porque cargaba consigo tres sellos cilíndricos que había comprado por 200 dólares. Aún las piezas tenían el IM (Iraki Museum), un identificador del Museo Arqueológico de Bagdad. Hasta la fecha miles de objetos han sido confiscados en ciudades como Nueva York, Roma, Londres, Moscú, Tokio, Ammán y Damasco.
Pero el tráfico de arte ilícito prosigue en una escala que no tiene precedentes en los 10.000 asentamientos del país. Después de la Guerra del Golfo, hubo saqueos importantes, pero lo que sucedió entre 2003 y sigue sucediendo en 2006 no tiene precedentes. En Internet hay venta de objetos robados y en algunos casos se han diseñado incluso páginas web para poder exhibirlas. Los soldados estadounidenses envían por mail fotografías de recuerdos que han tomados de los ziggurats y las ruinas de lugares como Ur, Uruk, Nínive, Isin, etc. Entre mayo y agosto de 2004, cuando colapsó el muro del Templo de Nabu debido a los helicópteros de las bases militares próximas, los restos fueron tomados como un trofeo.
En un informe de diciembre de 2004, John Curtis, responsable del departamento del Antiguo Próximo Oriente del British Museum, ha afirmado que las tropas de Estados unidos han contribuido a destruir las ruinas de Babilonia. En su recorrido, encontró un pavimento formado por ladrillos de 2.600 años de antigüedad destruido por el paso de vehículos militares, así como varias piezas rotas de la escultura al rey Nabucodonosor (605-562 antes de Cristo), recordado por haber ordenado la expulsión de los judíos en el año 586. El informe da cuenta del hallazgo de arena, mezclada con fragmentos de las ruinas, utilizada para llenar los sacos de las fuerzas militares. Entre los desperfectos, se han encontrado agujeros y grietas en los ladrillos que formaron los famosos dragones del imponente portal de Ishtar.
El primero de abril de 2005, explotó la torre del minarete Malwiya. La torre de 57 metros de altura, construida por orden del califa al-Mutawakil en 852, cuando Samarra era la capital del imperio Abásida, era un minarete en espiral poco usual en arenisca, con rampas curvas. Era una de las principales atracciones turísticas de Irak y aparecía en algunos billetes iraquíes. La razón de su destrucción obedeció a que los soldados de Estados Unidos la utilizaron como centro de observación para sus francotiradores, y según algunos testigos, fue arrasada no por la resistencia sino por un comando especial de fuerzas estadounidenses que no quería permitir que al abandonarla fuera utilizada por sus adversarios.
IV
Hay dos preguntas que todo el mundo suele hacerme. La primera es: ¿por qué ocurre la destrucción cultural? ¿Por qué ha ocurrido esta destrucción en Irak?
De modo breve, quisiera indicar que a lo largo de la historia, cuando un grupo o nación intenta someter a otro grupo o nación, lo primero que intenta es borrar su memoria para reconfigurar su identidad. Un modo eficaz de borrar la memoria consiste en destruir los símbolos culturales principales que forman parte de la memoria social instituida. Es interesante observar que la identidad depende de la continuidad del entorno y su aislamiento quiebra estos eslabones de tal manera que la identidad sufre un shock emocional de ruptura y desconcierto brutal. Un pueblo sin memoria es como un hombre amnésico: no sabe lo que es ni lo que hace y es presa fortuita de quien lo rodee. El fenómeno de eliminación de la memoria del adversario se conoce como transculturización porque el proceso impone nuevos modelos culturales de identificación. El principal objetivo en el ataque a la memoria suelen ser los bienes culturales que conforman el patrimonio histórico de una comunidad.
Se sabe que no hay identidad sin memoria. De alguna manera, la identidad consiste en aquellos rasgos que hacen que las personas pertenecientes a un grupo humano puedan ser identificadas, pero también es el conjunto de valores o de representaciones simbólicas que permiten que un grupo se sienta identificado con un proyecto colectivo. Los recuerdos compartidos suelen ser aglutinantes y son la base de las memorias que permiten hablar de una historia común. Hay cultura donde hay memoria. Hay cultura donde hay identidad.
Es un hecho que la memoria y la identidad son ahora de mayor relevancia por razones que conviene mencionar. La primera es de índole económica, debido a que en este nivel el ciudadano sufre una alienación violenta que se traduce en la búsqueda de polos identificatorios que salvaguarden sus valores. La segunda es la aparición de culturas hegemónicas cuyo poder de seducción y a la vez de imposición contribuye a la revitalización de las identidades y la cultura autóctonas.
La segunda pregunta que suelen hacerme, y la coloco aquí para finalizar, es: ¿Quién provocó la destrucción cultural de Irak? ¿Fueron los norteamericanos? ¿Fueron los propios Iraquíes? ¿Fueron bandas criminales?
La mayor parte de culpa la atribuyo a la administración actual de Estados Unidos, que desestimó todas las advertencias hechas y, de un modo deliberado no protegió los centros culturales y evitó los saqueos. En principio, la UNESCO, diferentes organizaciones arqueológicas e incluso el asesor cultural de la Casa Blanca (Martin Sullivan), acudieron a la administración de George W. Bush a solicitar protección para los lugares más importantes del patrimonio histórico de Irak, y todas las advertencias fueron desestimadas misteriosamente. Nadie, ni siquiera Mathew Bogdanos, quien se ha convertido en el imaginario estadounidense en el salvador de la cultura Iraquí, ha podido explicar por qué se protegió el Ministerio de Petróleo, pero no las instalaciones culturales.
Existen testigos que confirman la responsabilidad de las tropas de Estados Unidos en la destrucción cultural. Ferid Hagi, un comerciante Iraquí, ha relatado cómo se irrumpió en el Museo y se rompieron las puertas, se abandonó el lugar y luego aparecieron los saqueadores. Un vecino llamado Husan Ibrahim ha asegurado que los saqueadores pasaban con piezas junto a los soldados, que les gritaban: ¡Go, Ali Baba, go!. Otro Testigo, Waidi Sami ha asegurado que los soldados se llevaron objetos en sus vehículos. Y hay cientos de testimonios más sobre este asunto. Tres de ellos han sido asesinados.
Tal vez estos testimonios han llevado al Presidente Bush a solicitar inmunidad para oficiales y soldados ante cualquier posible juicio en los tribunales penales internacionales. Tal vez por eso decidió reingresar a la UNESCO, pese a que desde el gobierno de Ronald Reagan se consideraba a esta organización como una institución enemiga de Estados Unidos.
De igual modo, me atrevo a responsabilizar a las tropas británicas de lo ocurrido en Basora, debido a que no protegieron museos ni instalaciones culturales. Y, por último, acuso también a miembros del régimen de Saddam Hussein por utilizar los centros culturales como bases militares y poner las bibliotecas al servicio de una ideología. Con anuencia de los directivos del partido Baaz permitieron que se instalasen depósitos de municiones y francotiradores en puntos estratégicos, lo que puso en riesgo el patrimonio cultural.
V
Debo señalar que desde 2003, cuando apareció mi primer informe, fui objeto de amenazas por mis declaraciones y artículos, he recibido insultos y descalificaciones absurdas, y toda mi labor provocó molestias en la antigua Coalition Provisional Authority. En 2004, fui declarado Persona Non Grata por el Departamento de Estado de Estados Unidos por medio de su Misión Diplomática en España. Y todo por haberme negado a aceptar la tesis de la Biblioteca del Congreso de Washington que exonera de toda responsabilidad a la administración de George Bush. Ahora sufro persecución y censura. La traducción de mi obra Historia universal de la destrucción de libros no pudo ser publicada en inglés debido a que me negué a eliminar el capítulo donde comparaba a Donald Rumsfeld, Secretario de Defensa de Estados Unidos, con Joseph Goebbels por estimular el saqueo de bibliotecas y museos debido a que en días previos a la toma de Bagdad ordenó que desde aviones fueron arrojados miles de papeles que conminaban al pueblo a destruir símbolos culturales del régimen de Hussein, y entre éstos, estaban los monumentos, estatuas, palacios e instituciones culturales.
¿Qué intenta ocultar el régimen de Bush sobre Irak? Acaso la única respuesta posible a estas preguntas, y lo señalo para terminar, deba ir encabezada por este epígrafe: “la primera víctima de la guerra es la verdad”. La frase, conviene recordarlo, no fue acuñada por un filósofo o un periodista. La dijo un congresista estadounidense, Hiram Warren Johnson, en 1917. Y lo peor es que las mentiras dichas por gobiernos de Estados Unidos en relación a Hiroshima, Nagasaki, Vietnam, Etiopía, Líbano, Afganistán e Irak, no cesan de darle la razón.
Muchas gracias.
de Fernando Báez en Berlin
Febrero, 2006
Bebelplatz, Berlin
Nota introductoria
Quiero dar las gracias por esta invitación a Catherine David, a Hila Peleg, Paz Aburto y al resto del personal del Instituto de Arte Contemporáneo (Kunst-Werke Berlin). Es un honor estar aquí y compartir con ustedes el resultado de una investigación que ya ha sido narrada con detalle en un libro mío publicado en España en 2004 y reeditado en Latinoamérica en 2005. Se trata de La destrucción cultural de Irak. Un testimonio de posguerra. Ha sido traducida a varias lenguas, pero por desgracia no al árabe ni al alemán, y por eso hoy tal vez les recuerde algunos aspectos que ya conocen por mis denuncias en los medios de prensa al mismo tiempo que voy a presentar una serie de evidencias de novedades que constituyen graves delitos contra el patrimonio cultural de Irak, lo cual es una manera de decir que son daños contra la memoria colectiva mundial, porque la civilización de las que somos parte comenzó en el sur de Irak.
I
Vamos primero a examinar lo que pude constatar.
Como miembro de una comisión internacional, respaldada por organizaciones internacionales universitarias, el Centro Mundial de Estudios Árabes, viajé a Bagdad como antes lo hice a Sarajevo o a Afganistán: yo era apenas un modesto investigador, y mi deber, en todo caso, era tomar apuntes, concisos, sin prejuicios ni cargas emocionales. Al final debía entregar un informe técnico con una descripción de los daños sufridos por las bibliotecas Iraquíes en Bagdad, Mosul y Basora. Sólo eso. O nada menos que eso. Iba, por supuesto, prevenido por mis colegas, claro, pero lo que averigüé y lo que vi, vale la pena advertirlo, me produjo insomnio durante las noches siguientes. Hubiera sido mejor, tal vez, olvidar, pero he descubierto que uno olvida para que todo, de nuevo, lo sorprenda. Las trampas de la razón son las más arteras. El informe se transformó en un suceso que habría de cambiar mi vida para siempre.
Lo que encontré en la Biblioteca Nacional fue un arruinado edificio de 3 pisos uniformes de 10.240 m2 con celosías arábigas en todo el medio, construido en 1977. Cuando llegué, permanecía una estatua de Sadam Hussein con la mano izquierda en posición de saludo y la derecha sosteniendo contra su pecho un libro. Desde lejos pude observar que la fachada, en el centro, sufrió daños por el fuego. Rompió con tal fuerza las ventanas que imprimió en el sitio un aire melancólico. En las escaleras del frente, estaba un grupo de soldados estadounidenses, algunos de ellos latinos. Fumaban sus colillas de cigarro con desidia y se divertían con bromas rápidas. Parecían aburridos.
La entrada, protegida del sol por un saliente en cuyo borde está escrito el nombre de la biblioteca, dejaba ver en el interior a decenas de obreros y expertos que trabajaban en la inútil limpieza del lugar. La luz, filtrada por las ventanas, dejaba a la vista miles de papeles en el piso. La sala de lectura, el fichero con el catálogo de todos los libros y los estantes mismos habían sido literalmente arrasados. La estructura se veía tan severamente afectada que la juzgué precaria: difícilmente soportaría el impacto de un temblor mínimo. Aún había cenizas. Los archivos de metal estaban quemados, abiertos y vaciados.
El saqueo de la Biblioteca, según me comentaron dos empleados, estuvo precedido por algunos hechos desconcertantes. Primero fue el ataque a Bagdad con bombas Moab y misiles, que destruyeron más de 200 edificios públicos, decenas de mercados y negocios. La operación fue llamada «Impacto y pavor» y se mantuvo durante los últimos días de marzo. Los ataques, no obstante, además de la información de que el régimen de Sadam Hussein había caído y el presidente había huido con sus hijos a un refugio, provocaron una confusión general. No había policía y los soldados estadounidenses tenían órdenes expresas de no disparar contra civiles ni atender peticiones ajenas a los objetivos militares. El miércoles 9 de abril cayó la gran estatua de Hussein en la plaza central. El pillaje inicial se dirigió contra los palacios y las casas de los jefes Iraquíes. De los hospitales se llevaron hasta las camas. En las tiendas, los comerciantes, armados con pistolas, fusiles y barras de hierro, montaban guardia y ahuyentaban a los ladrones, muchos de ellos jóvenes, niños y mujeres.
Fue el día 10 cuando, procedente de los suburbios, se reunió una multitud en la Biblioteca, que no estaba defendida por ninguna unidad militar. Al inicio predominaron la cautela y la prisa, luego el descaro, y una anarquía impuso las reglas de saqueo. Niños, mujeres, jóvenes y ancianos se hicieron con todo lo que pudieron, de un modo selectivo, como si hubieran ido de compras. El primer grupo de saqueadores, que contaba con un apoyo externo, sabía dónde estaban los manuscritos más importantes y se apresuró a tomarlos. Otros saqueadores, hambrientos y resentidos con el régimen depuesto, llegaron después, en busca de objetos valiosos, y provocaron el desastre posterior. La muchedumbre corría por todos lados con los libros más valiosos. También cargaban consigo las fotocopiadoras, resmas de papel, equipos de computación, impresoras, muebles y máquinas donadas por la UNESCO. En las paredes, quedaron escritos mensajes como «Muerte a Saddam», «Muere Saddam», «Saddam apóstata». Inexplicablemente, un camarógrafo filmó sin prisa estos actos y luego se desvaneció sin dejar rastro. Es posible que cualquier día podamos ver esa triste cinta, que va a revelar un misterio tan curioso como el de la quema de la Biblioteca de Alejandría: ese misterio es cómo sabían los saqueadores que las tropas estadounidenses no les dispararían y por qué algunos de ellos tenían listas con los títulos de los libros que iban a llevarse y que han aparecido en tiendas de anticuario.
Los saqueos se repitieron una semana más tarde y, sin mediar palabra, un grupo llegó en autobuses de color azul, sin sellos oficiales, el día 12, y alentado por la pasividad de los militares que circulaban unas calles más allá, roció con algún combustible los anaqueles y les prendió fuego. Es obvio que se hicieron también piras con libros para encenderlos. Según otra versión, se usaron fósforos blancos, de procedencia militar, para el incendio, y hay evidencias que lo confirman. Pasadas unas horas, una columna de humo podía verse a más de cuatro kilómetros y en ese incendio voraz desaparecieron las obras. Entre otros daños, ardieron las viejas máquinas y algunos periódicos. En el tercer piso, donde estaban los archivos microfilmados, no quedó nada. El calor, según pude constatar, fue tan intenso que dañó el piso de mármol y causó severos deterioros en las escaleras de concreto y el techo. Todo se convirtió en oscuridad y, por supuesto, en ruina. En el mismo ataque fue destruido el Archivo Nacional de Irak, en la segunda planta de la Biblioteca, que contaba, por cierto, con un equipo de trabajo de 85 personas. Desaparecieron millones de documentos (algunos hablan de diez millones, otros de dos o tres millones), incluso algunos del período otomano, como los registros y decretos.
Concluido el desastroso pillaje, no había literalmente nada que hacer. El Secretario de Defensa de Estados Unidos, Donald Rumsfeld, a manera de excusa ante estos hechos, comentó que «la gente libre es libre de cometer fechorías y eso no puede impedirse». El anterior director de la Biblioteca se lamentó con nostalgia: «No recuerdo semejante barbaridad desde los tiempos de los mongoles». Aludía a que en 1258 las tropas de Hulagu, descendiente de Gengis Khan, invadieron Bagdad y destruyeron todos sus libros arrojándolos al río Tigris.
Es sabido que algunos bibliotecarios y líderes religiosos salvaron miles de libros que fueron llevados a la mezquita Al Haqq entre el 10 y el 12 de abril. No obstante, el número de textos destruidos fue incuantificable. Los expertos enviados por Estados Unidos han reconocido un 30% de pérdidas; el Dr. Taher Khalat Jabur al-Bakaa de la Universidad Mustansariya dijo en la Feria del Libro de Frankfurt que se habían destruido apenas 17.000 libros; Kamal Jawad Azur ha hablado de un 50% de libros quemados; en cuanto a mí, me atrevo a señalar que, tras un exhaustivo análisis de los datos conocidos, se quemó un millón de libros, y a la lista de daños añadiría una cantidad imprecisa de textos perdidos. No comparto la tesis de los bibliotecarios del Congreso de Washington de que agentes de Saddam Hussein quemaron los libros para simular una destrucción cultural que ocultara la destrucción de los archivos que podía comprometerlos, y no lo comparto porque las evidencias y testigos contradicen estos argumentos teóricos de última hora.
La biblioteca, además de ocuparse del depósito legal, constaba de tres partes: impresos, periódicos y archivos. El depósito legal consistía en la entrega de cinco ejemplares, aunque la situación económica redujo considerablemente esta práctica. Miles de donaciones enriquecieron el centro durante años. Lo más doloroso fue la desaparición de ediciones antiguas, de tratados matemáticos, tratados filosóficos, colecciones enteras de clásicos universales así como centenares de crónicas e historias. En las calles, en las ventas de libros, podían conseguirse volúmenes de la Biblioteca Nacional a precios irrisorios. Los viernes, en la feria de la calle Al-Mutanabbi, estas obras salían a la venta. Personalmente pude ver un tomo de una Enciclopedia Árabe con el sello oficial estampado en su portadilla. Hubo un intento de borrarlo, sin éxito.
Fue tal el daño en el edificio de la Biblioteca que los coordinadores culturales de la CPA (Coalition Provisional Authority) decidieron finalmente que era mejor demolerlo y utilizar otra sede, bien un palacio o alguna instalación como el Club Militar de Irak, lo que todavía es dudoso: la violencia creada por una resistencia creciente pone en serio riesgo la seguridad de lo preservado. Además, de los 119 trabajadores de la Biblioteca no queda casi nadie, y los nuevos bibliotecarios no cuentan con el apoyo suficiente para implementar una política de conservación eficiente. Los Archivos, por su parte, fueron colocados en un lugar diferente, y lo que se salvó subsiste en bolsas, y los trabajos de restauración apenas han comenzado. Desde el principio debió procederse a un congelamiento porque de otro modo se produce, como se produjo, una contaminación muy rápida de hongos. De cualquier manera, el proceso de descongelamiento causará daños en los libros. Los lomos son duros y resistirán mejor, pero las páginas quedarán arrugadas, jamás volverán a su estado original.
Durante la Conferencia “Internet Librarian internacional”, celebrada en octubre de 2004 en Londres, el Director de la Biblioteca Nacional de Irak, Saad Escander, afirmó que durante el régimen de Saddam Hussein, la Biblioteca y el Archivo Nacional estuvieron abandonadas, debido a que el dictador no toleraba muestras de disidencia y tampoco estimulaba la cultura. Acusó al anterior Ministro de Cultura, Hamid Yuosif Hammadi, de referirse a la Biblioteca como si de un cementerio se tratase, y con suficientes pruebas demostró que los bibliotecarios pertenecían todos al Partido Baaz. En 1987, el baazismo, según Escander, cortó los recursos a la Biblioteca y provocó una fusión entre archivos y bibliotecas, lo que se tradujo en un desinterés creciente por las adquisiciones. De no haber sido por las donaciones, Escander dijo al auditorio que habría colapsado el trabajo bibliográfico.
Entre otras cosas, denunció que para 2003 no había programas de conservación y los laboratorios de restauración y secado estaban en desuso desde hacía 10 años. En cierto momento de su lectura, Eskander decidió explicar qué ocurrió en abril de 2003 y culpó de lo ocurrido, como hecho poco frecuente, a su predecesor, por negligencia. Al parecer, éste desaprovechó la cercanía de numerosas mezquitas que pudieron haber servido para proteger los documentos y libros en mayor número.
Me agradó saber que Escander reconoció que las tropas estadounidenses son responsables de violar la Convención de la Haya de 1954, al no proteger las instalaciones culturales durante la toma de Bagdad. Comentó que el 10 de abril, varios soldados derribaron una estatua que estaba frente a la Biblioteca Nacional y luego se marcharon, propiciando el saqueo e incendio posterior. Escander admitió que hubo dos incendios, y en el segundo el Archivo Nacional perdió el 60% de su colección de manera irreparable. En la Biblioteca, las pérdidas de mapas y fotografías fueron totales, y calculó en un 25% las pérdidas de libros. Admitió que había abierto una investigación para determinar si la destrucción fue premeditada, y llegó a la conclusión de que una gran parte fue espontánea y la otra planificada, como la referida a la quema de los archivos de la Era Republicana. Pero dicha investigación se encuentra en una calle sin salida.
II
El 11 de mayo de 2003, completamente intrigado, me dirigí al Museo en Bagdad. El Museo es una majestuosa construcción cuadriculada fundada en la década de los veinte en el siglo XX. En su apogeo, contaba con exhibiciones de diversas etapas: Prehistoria (sexto y cuarto milenio a.C.), Era Sumeria (cuarto y tercer milenio a.C.), Era Asiria (segundo milenio-siglo siete a.C.), Era de Hatra, Partos y Sasánidas (siglo tercero a.C.) y Era Islámica (siglo ocho al siglo dieciséis).
Es importante precisar aquí que los libros de la Biblioteca Nacional no fueron los únicos en ser destruidos o saqueados. Las tablillas de arcilla de los sumerios, los primeros libros de la humanidad, de unos 5300 años de antigüedad, fueron robadas de sus vitrinas de exhibición en el Museo. Entre otros, este centro almacenaba textos de Súmer, Acadia, Babilonia, Asiria y Caldea, Persia y varias dinastías árabes. Tablillas con el Poema de Gilgamesh fueron sustraídas.
Sobre el número exacto de objetos destruidos o robados, hay divergencias todavía. Primero se dijo que eran 170.000 objetos del total de medio millón de objetos del Museo. El Coronel Matthew Bogdanos, a cargo de las operaciones desmintió esta cifra al advertir que fueron unos 13000 los objetos robados y en una rueda de prensa en 2004 señaló que más de 3500 objetos fueron devueltos. Reconoció que el patrimonio cultural Iraquí que se salvó, fue porque los propios directivos Iraquíes del Museo trasladaron 21 cajas a las bóvedas del Banco Central con 6.744 piezas de oro y piedras preciosas. Asimismo otras 5 cajas contenían el tesoro de Nimrud. Hoy han aparecido la Dama de Warca y el Vaso de Warca, en estado deplorable de conservación, entre muchas piezas.
III
Además de la Biblioteca Nacional, el desastre cultural alcanzó a las 144 bibliotecas públicas de Irak, sin contar las privadas. La colección de 5000 manuscritos islámicos de la Biblioteca Al-Awqaf, situada a unos 50 metros de la Biblioteca Nacional, ya casi no existe. El fuego destruyó la instalación, como pude evidenciar. Hubo, por supuesto, los saqueos rutinarios y las consecuencias fueron terribles. Al menos el 50 por ciento de la colección desapareció, y el edificio quedó en tal estado de destrucción que difícilmente pueda ser reparado. Los cables cuelgan y las vigas, peladas, se unen a columnas a punto de su caída. Los volúmenes salvados, unos 5300, están a cargo de bibliotecarios que temen por su propia vida, y están tan deprimidos que no creen en soluciones procedentes de ninguna organización. Según me dijeron los pocos que se animaron a hablar, el guardia fue asesinado por los soldados de Estados Unidos, que lo confundieron.
Diversos testigos me aseguraron que la destrucción de los libros ocurrió cuando entre el 13 y 14 de abril unos 15 ó 20 civiles, posiblemente árabes, llegaron e irrumpieron violentamente en la biblioteca. Los seguía un joven con una cámara filmadora. Una vez robados los manuscritos, fueron arrojadas granadas de fósforo en el interior. Inexplicablemente, de 32 bultos con los libros, más de diez fueron eliminados y perecieron más de 800 manuscritos.
La situación de las universidades Iraquíes fue crítica y sigue siéndolo. Supe que después del fatídico 8 de abril, grupos de saqueadores atacaron las instalaciones de la Universidad de Bagdad, la más grande de Irak, con 70.000 estudiantes de pregrado y 8000 estudiantes de postgrado en 24 colegios. Los saqueadores se llevaron todo lo que fueron capaces de transportar. En el Departamento de Artes Musicales sacaron 1000 cintas grabadas, 30 pianos y miles de libros. En el campus Bab al-Muazzam trajeron camiones y huyeron con aires acondicionados, equipos de laboratorio, archivos, escritorios, pupitres, sillas, insumos, computadoras, impresores, scanners, fotocopiadoras...Además de esto, y como si tal grado de destrucción no bastase, todos los registros estudiantiles, la base de datos de tesis y monografías, los certificados con las notas y los títulos, se perdieron, en medio del pillaje y del caos.
Lo lamentable es que el proyecto de reconstrucción de las saqueadas universidades Iraquíes fracasó. El Congreso de los Estados Unidos autorizó 8 millones de dólares y se requerían 500 millones. En el momento en que escribo un total de 375.000 estudiantes siguen en condiciones paupérrimas, y los profesores que superaron las purgas ideológicas no tienen escritorios. Los laboratorios se quedaron sin los equipos prometidos, lo que ha obligado a los profesores a dar por vistas materias de manera teórica y no práctica.
La Bayt al-Hikma o Casa de la Sabiduría fue atacada. El 11 de abril, según constaté, fueron destruidas las muestras de la exposición sobre el Imperio Otomano, y una parte del edificio se incendió. A saber, los saqueadores en la mañana no dejaron nada de valor, pero regresaron por la tarde, con más bríos y confiados en que lo mejor estaba oculto. Entre los lugares saqueados, estarían la imprenta, el salón de lectura y las bibliotecas. Probablemente la sala de lectura fue atacada con granadas porque los daños de las paredes así lo revelan. La sección de libros extranjeros mostraba, cuando llegué, los signos del pillaje: las estanterías vacías y el piso cubierto de papeles rotos. Entre otros, hay catálogos que indican que se perdieron más de 5500 volúmenes de la Oficina Exterior de Reino Unido, unos 5 tomos de documentos franceses alusivos a la Primera y Segunda Guerra Mundial, documento clasificados de Estados Unidos sobre el golpe de Estado en 1940, documentos sobre la comunidad judía en Bagdad, 15 volúmenes del período Otomano, 15 volúmenes de la corte de Mahkama Shar'ija y tomos de la Enciclopedia Británica. Entre los textos perdidos estarían un Corán del siglo IX, una copia del siglo XII de Maqamat al-Hariri, los textos más importantes de Avicena, crónicas históricas, poemas y obras de teatro.
La Academia de Ciencias de Irak o al-Majma' al-`Ilmi al-`Iraki, uno de los más prestigiosos centros de investigación del Oriente Medio, sufrió grandes pérdidas. Localizada en Waziriya, tuvo en su mejor época manuscritos, periódicos, libros extranjeros, revistas científicas y humanísticas, tesis, monografías y cientos de papeles con artículos. Había un laboratorio con 20 computadoras, imprenta, salas de lecturas, y cubículos bien dotados para los investigadores. El saqueo en este lugar comenzó con la llegada de unos soldados estadounidenses y un tanque. La bandera de Irak que ondeaba en la Academia fue retirada y, de un modo violento, horas más tarde, los saqueadores llegaron dispuestos a llevarse todo. Y así lo hicieron. No dejaron una sola computadora, escritorio, regulador de voltaje, impresoras ni nada sin tomar. Estaban enloquecidos. A diferencia de otros centros intelectuales, la Academia no fue incendiada, pero de un total de 60.000 libros la mitad se perdió, lo mismo que cientos de publicaciones que eran enviadas desde el mundo entero en diferentes lenguas.
En Basora, todos los departamentos de la Universidad fueron saqueados y destruidos y el 80% de los libros desapareció. En Mosul, las bibliotecas del Museo y la Universidad se desvanecieron.
Junto a este panorama siniestro, hay otros hechos que causan estupor y conviene mencionar. Baste decir que en el primer fin de semana de mayo de 2004 las tropas estadounidenses e italianas, al enfrentarse con los milicianos seguidores del clérigo as-Sadr, provocaron que la biblioteca del Museo de Nassiriya, que constaba de 4000 libros, fuera totalmente quemada.
Este desastre ha ido acompañado por el asesinato de intelectuales Iraquíes. El viernes 30 de julio de 2004, en una de las laberínticas calles de Mamudiya, a unos 30 kilómetros al sur de la ciudad de Bagdad, asesinaron a Ismail Jabbar al-Kilabi, director del Instituto Normal de Enseñanza. Según la Unión Iraquí de Profesores Universitarios, con este asesinato llega a 1000 el número de intelectuales que han sido víctimas de la violencia desde abril de 2003. El 27 de julio del mismo año, por ejemplo, fue atacado Muhammad al-Rawi, Presidente de la Universidad de Bagdad. Su muerte no fue un caso aislado. También murió el Dr. Abdul Latif al-Maya, un eximio académico de Ciencias Políticas de la Mustansiriya. Debo mencionar el crimen horrendo contra el Dr. Nafa Aboud, profesor de Literatura Árabe de la Universidad de Bagdad, cuyo único delito fue pedir la paz para su nación. Y en la macabra lista, que no voy a suministrar completa, resaltaría el monstruoso atentado contra el Dr. Sabri al-Bayati, geógrafo, un erudito que había logrado crear una escuela de grandes profesionales. Y no veo cómo olvidar al Dr. Fala al-Dulaimi, Asistente del Decano de la Mustansariya, al Dr. Hissam Sharif, un miembro notable del Departmento de Historia de la Universidad de Bagdad, o el Profesor Wajih Mahjoub, del Departamento de Educación Física.
Pero aquí no se agotan los problemas del mundo intelectual Iraquí. Si esto parece escandaloso, debo citar algunos acontecimientos recientes. El diario Al Sabah, favorable al gobierno estadounidense, publicó en 2004 un reportaje donde reconoció que los soldados italianos, los famosos carabinieri, han estado robando, sin escrúpulos, decenas de antigüedades de los asentamientos arqueológicos que tenían la obligación de cuidar. Lo que era un rumor se ha transformado en una dolorosa verdad: los ocupantes saquean la nación y violan, ante la mirada indiferente de la comunidad internacional, la Convención de La Haya de 1954, que exige que el país ocupante proteja el patrimonio cultural de la nación invadida. A mediados del mes de mayo de 2004, en Thee Qar, policías aduaneros, confiscaron cientos de objetos que eran trasladados en un camión de las fuerzas italianas que se dirigía a la inestable frontera con Kuwait.
Los anticuarios Iraquíes, por su parte, han denunciado que numerosos soldados se acercan a sus tiendas para ofrecer sellos sumerios y objetos decomisados para venderlos. En los zocos de Bagdad, es común encontrar tablillas cuneiformes y piezas procedentes de la excavación de Nippur. Una investigación de la policía Iraquí, que no pudo llegar a ninguna conclusión, descubrió que un oficial del ejército de Estados Unidos facilitaba la exportación de estos objetos. Hay otras investigaciones canceladas que refieren cómo soldados británicos, en sus ratos libres, realizan excavaciones ilegales en busca de un objeto que les sirva como ayuda económica tras el futuro retorno a Inglaterra.
El 11 de junio de 2003 ya había sido detenido un asesor llamado Joseph Braude, autor de “The New Irak: Rebuilding the Country for Its People, the Middle East and the World”, porque cargaba consigo tres sellos cilíndricos que había comprado por 200 dólares. Aún las piezas tenían el IM (Iraki Museum), un identificador del Museo Arqueológico de Bagdad. Hasta la fecha miles de objetos han sido confiscados en ciudades como Nueva York, Roma, Londres, Moscú, Tokio, Ammán y Damasco.
Pero el tráfico de arte ilícito prosigue en una escala que no tiene precedentes en los 10.000 asentamientos del país. Después de la Guerra del Golfo, hubo saqueos importantes, pero lo que sucedió entre 2003 y sigue sucediendo en 2006 no tiene precedentes. En Internet hay venta de objetos robados y en algunos casos se han diseñado incluso páginas web para poder exhibirlas. Los soldados estadounidenses envían por mail fotografías de recuerdos que han tomados de los ziggurats y las ruinas de lugares como Ur, Uruk, Nínive, Isin, etc. Entre mayo y agosto de 2004, cuando colapsó el muro del Templo de Nabu debido a los helicópteros de las bases militares próximas, los restos fueron tomados como un trofeo.
En un informe de diciembre de 2004, John Curtis, responsable del departamento del Antiguo Próximo Oriente del British Museum, ha afirmado que las tropas de Estados unidos han contribuido a destruir las ruinas de Babilonia. En su recorrido, encontró un pavimento formado por ladrillos de 2.600 años de antigüedad destruido por el paso de vehículos militares, así como varias piezas rotas de la escultura al rey Nabucodonosor (605-562 antes de Cristo), recordado por haber ordenado la expulsión de los judíos en el año 586. El informe da cuenta del hallazgo de arena, mezclada con fragmentos de las ruinas, utilizada para llenar los sacos de las fuerzas militares. Entre los desperfectos, se han encontrado agujeros y grietas en los ladrillos que formaron los famosos dragones del imponente portal de Ishtar.
El primero de abril de 2005, explotó la torre del minarete Malwiya. La torre de 57 metros de altura, construida por orden del califa al-Mutawakil en 852, cuando Samarra era la capital del imperio Abásida, era un minarete en espiral poco usual en arenisca, con rampas curvas. Era una de las principales atracciones turísticas de Irak y aparecía en algunos billetes iraquíes. La razón de su destrucción obedeció a que los soldados de Estados Unidos la utilizaron como centro de observación para sus francotiradores, y según algunos testigos, fue arrasada no por la resistencia sino por un comando especial de fuerzas estadounidenses que no quería permitir que al abandonarla fuera utilizada por sus adversarios.
IV
Hay dos preguntas que todo el mundo suele hacerme. La primera es: ¿por qué ocurre la destrucción cultural? ¿Por qué ha ocurrido esta destrucción en Irak?
De modo breve, quisiera indicar que a lo largo de la historia, cuando un grupo o nación intenta someter a otro grupo o nación, lo primero que intenta es borrar su memoria para reconfigurar su identidad. Un modo eficaz de borrar la memoria consiste en destruir los símbolos culturales principales que forman parte de la memoria social instituida. Es interesante observar que la identidad depende de la continuidad del entorno y su aislamiento quiebra estos eslabones de tal manera que la identidad sufre un shock emocional de ruptura y desconcierto brutal. Un pueblo sin memoria es como un hombre amnésico: no sabe lo que es ni lo que hace y es presa fortuita de quien lo rodee. El fenómeno de eliminación de la memoria del adversario se conoce como transculturización porque el proceso impone nuevos modelos culturales de identificación. El principal objetivo en el ataque a la memoria suelen ser los bienes culturales que conforman el patrimonio histórico de una comunidad.
Se sabe que no hay identidad sin memoria. De alguna manera, la identidad consiste en aquellos rasgos que hacen que las personas pertenecientes a un grupo humano puedan ser identificadas, pero también es el conjunto de valores o de representaciones simbólicas que permiten que un grupo se sienta identificado con un proyecto colectivo. Los recuerdos compartidos suelen ser aglutinantes y son la base de las memorias que permiten hablar de una historia común. Hay cultura donde hay memoria. Hay cultura donde hay identidad.
Es un hecho que la memoria y la identidad son ahora de mayor relevancia por razones que conviene mencionar. La primera es de índole económica, debido a que en este nivel el ciudadano sufre una alienación violenta que se traduce en la búsqueda de polos identificatorios que salvaguarden sus valores. La segunda es la aparición de culturas hegemónicas cuyo poder de seducción y a la vez de imposición contribuye a la revitalización de las identidades y la cultura autóctonas.
La segunda pregunta que suelen hacerme, y la coloco aquí para finalizar, es: ¿Quién provocó la destrucción cultural de Irak? ¿Fueron los norteamericanos? ¿Fueron los propios Iraquíes? ¿Fueron bandas criminales?
La mayor parte de culpa la atribuyo a la administración actual de Estados Unidos, que desestimó todas las advertencias hechas y, de un modo deliberado no protegió los centros culturales y evitó los saqueos. En principio, la UNESCO, diferentes organizaciones arqueológicas e incluso el asesor cultural de la Casa Blanca (Martin Sullivan), acudieron a la administración de George W. Bush a solicitar protección para los lugares más importantes del patrimonio histórico de Irak, y todas las advertencias fueron desestimadas misteriosamente. Nadie, ni siquiera Mathew Bogdanos, quien se ha convertido en el imaginario estadounidense en el salvador de la cultura Iraquí, ha podido explicar por qué se protegió el Ministerio de Petróleo, pero no las instalaciones culturales.
Existen testigos que confirman la responsabilidad de las tropas de Estados Unidos en la destrucción cultural. Ferid Hagi, un comerciante Iraquí, ha relatado cómo se irrumpió en el Museo y se rompieron las puertas, se abandonó el lugar y luego aparecieron los saqueadores. Un vecino llamado Husan Ibrahim ha asegurado que los saqueadores pasaban con piezas junto a los soldados, que les gritaban: ¡Go, Ali Baba, go!. Otro Testigo, Waidi Sami ha asegurado que los soldados se llevaron objetos en sus vehículos. Y hay cientos de testimonios más sobre este asunto. Tres de ellos han sido asesinados.
Tal vez estos testimonios han llevado al Presidente Bush a solicitar inmunidad para oficiales y soldados ante cualquier posible juicio en los tribunales penales internacionales. Tal vez por eso decidió reingresar a la UNESCO, pese a que desde el gobierno de Ronald Reagan se consideraba a esta organización como una institución enemiga de Estados Unidos.
De igual modo, me atrevo a responsabilizar a las tropas británicas de lo ocurrido en Basora, debido a que no protegieron museos ni instalaciones culturales. Y, por último, acuso también a miembros del régimen de Saddam Hussein por utilizar los centros culturales como bases militares y poner las bibliotecas al servicio de una ideología. Con anuencia de los directivos del partido Baaz permitieron que se instalasen depósitos de municiones y francotiradores en puntos estratégicos, lo que puso en riesgo el patrimonio cultural.
V
Debo señalar que desde 2003, cuando apareció mi primer informe, fui objeto de amenazas por mis declaraciones y artículos, he recibido insultos y descalificaciones absurdas, y toda mi labor provocó molestias en la antigua Coalition Provisional Authority. En 2004, fui declarado Persona Non Grata por el Departamento de Estado de Estados Unidos por medio de su Misión Diplomática en España. Y todo por haberme negado a aceptar la tesis de la Biblioteca del Congreso de Washington que exonera de toda responsabilidad a la administración de George Bush. Ahora sufro persecución y censura. La traducción de mi obra Historia universal de la destrucción de libros no pudo ser publicada en inglés debido a que me negué a eliminar el capítulo donde comparaba a Donald Rumsfeld, Secretario de Defensa de Estados Unidos, con Joseph Goebbels por estimular el saqueo de bibliotecas y museos debido a que en días previos a la toma de Bagdad ordenó que desde aviones fueron arrojados miles de papeles que conminaban al pueblo a destruir símbolos culturales del régimen de Hussein, y entre éstos, estaban los monumentos, estatuas, palacios e instituciones culturales.
¿Qué intenta ocultar el régimen de Bush sobre Irak? Acaso la única respuesta posible a estas preguntas, y lo señalo para terminar, deba ir encabezada por este epígrafe: “la primera víctima de la guerra es la verdad”. La frase, conviene recordarlo, no fue acuñada por un filósofo o un periodista. La dijo un congresista estadounidense, Hiram Warren Johnson, en 1917. Y lo peor es que las mentiras dichas por gobiernos de Estados Unidos en relación a Hiroshima, Nagasaki, Vietnam, Etiopía, Líbano, Afganistán e Irak, no cesan de darle la razón.
Muchas gracias.
Comments
Hasta cuando!!!
Francisco, Toledo
DE EXPLICAR NADIE:
¿POR QUÉ BUSH NO ESTÁ PRESO
TODAVIA?
VA A DESTRUIR LA PAZ MUNDIAL!!
le sale
Juicio Internacional!!!!!!
Asesino de la memoria de los pueblos!!!
Mi nombre es David Hidalgo, periodista del diario El Comercio, de Lima, Perú. Le escribo para pedirle ayuda para contactar al escritor Fernando Báez, a quien necesito hacerle unas consultas para un reportaje que estoy preparando. Espero que pueda brindarme un número telefónico o un mail dónde ubicar al señor Báez.
Gracias de antemano,
Muchas gracias.
David Hidalgo
Diario El Comercio
Luhidalgo@comercio.com.pe