Fernando Baez: los libros y los sueños
Ensayo publicado en Revista Cultural de El Mundo,
Chile
Los libros y los sueños
Por Fernando Báez (*)
-¿Quiere saber cuál es mi sueño secreto? Un auto de fe.
Amelie Nothomb, Higiene del asesino
Desde niño, he leido numerosos libros de sueños, pero también he soñado con libros. Todos mis sueños siempre han incluido visiones de bibliotecas o volúmenes enteros, desgarrados o quemados. He dicho alguna vez que mi mayor pesadilla es la tenaz imagen de un libro arruinado, y esto ha sido así porque entre los 6 y los 25 años casi todos mis tormentos nocturnos consistieron, con menoscabo de mi salud, en una extraña escena que reproducía un episodio tortuoso de mi infancia donde perdí la modesta biblioteca en la cual me crié, localizada en un pueblo olvidado del mundo llamado San Félix de Guayana en Venezuela.
Aquí hablo, por supuesto, desde una experiencia personal, ingrata e imborrable, pero he descubierto, a lo largo de una vida de lecturas, que la historia de los libros y de los sueños del hombre se enlazan en algunos capítulos sueltos, ignorados con saña, y hoy quisiera, sólo eso, compartir el recuerdo de esos dramáticos incidentes. Esta breve nota no tiene otro propósito.
Baste decir que hacia el 130 d.C., por ejemplo, Artemidoro (Interpretación de los sueños, 2, 45) escribió sobre los ensueños y en su catálogo mencionó aquellos donde se comen obras: «[...]Soñar con comer un libro es bueno para personas instruidas, para sofistas y para todos aquellos que se ganan la vida disertando sobre libros[...].» Los sueños bibliofágicos son frecuentes en La Biblia: los profetas podían hablar a Dios o a los ángeles en sueños. Ezequiel ha dicho que le fue presentado un rollo de papiro con una orden: Yo abrí la boca e hízome él comer el rollo, diciendo: Hijo de hombre, llena tu vientre e hincha tus entrañas con este rollo que te presento. Yo lo comí y me supo a mieles (2,8 y 3,1-4). En el Apocalipsis de Juan de Patmos, se retoma esta idea de tragar una obra: [...]Fuime hacia el ángel diciendo que me diese el librito. El me respondió: Toma y cómelo, y amargará tu vientre, mas en tu boca será dulce como la miel. Tomé el librito de mano del ángel y me puse a comerlo, y era en mi boca como miel dulce; pero cuando lo hube comido sentí amargas mis entrañas [...](10, 8-11)
No es común que los monarcas sueñen con libros, pero el califa Al-Mamún, hijo de Harun al-Rashid, en el siglo IX soñó con una figura venerable que traía unos libros y le pedía que los tradujera al árabe para salvar su doctrina. En un momento dado, supo que ese hombre era el filósofo Aristóteles y, por tanto, el califa pidió a sus sabios construir a partir del día siguiente un edificio para trasladar desde el griego los textos más difíciles del pensador griego. La Casa de la Sabiduría de Bagdad nació de este extraño hecho.
Johannes Tzetzés, muerto hacia 1180, detestaba su pobreza porque no le permitía comprar textos. Sabemos de una carta escrita por él al Emperador Manuel I, donde le explicaba la pesadilla que tuvo con un libro. En medio del fragor de una batalla, vio la Historia de Escitia de Dexipo de Atenas, cuyo ejemplar había buscado toda su vida sólo por obtener un dato preciso y secreto. El volumen en cuestión estaba en llamas, pero aún así se conservaba íntegro. La palabra, afirmó Tzetzes (Epístola 58), había vencido al fuego. Este sueño es, de alguna manera, un indicio de los anhelos de la época.
Jean Tritheme, nacido en 1462 y muerto en 1516, miembro de la Cofradía Celta, donde se estudiaba la astrología, la magia, la cábala, la matemática y la literatura, dijo que los ocho tomos de su Esteganografía los copió enteramente de un libro que vio en un sueño. La obra, en suma, describía métodos de escritura secreta, telepatía y telequinética.
Los misteriosos sueños con los libros se han preservado. En el siglo XX, el escritor francés André Gide, tuvo un sueño con Proust en una biblioteca. Dice en sus Diarios que vio un cordel que ataba a varios libros, lo desató y al caer se dañaron los lomos de las obras. Proust, impecable, argumentó que no había sucedido nada porque la edición de Saint Simon era común y corriente. Gide, sin embargo, al borde la sorpresa, se dio cuenta de que había dañado la edición más rara de ese autor.
En Artificios (1944), incluido en su magistral colección de Ficciones, Borges tiene un relato titulado “El milagro secreto” donde aparece el enigmático sueño de un escritor con una biblioteca: “Hacia el alba, soñó que se había ocultado en una de las naves de la biblioteca del Clementinum. Un bibliotecario de gafas negras le preguntó: ¿Qué busca? Hladík le replicó: Busco a Dios. El bibliotecario le dijo: Dios está en una de las letras de una de las páginas de uno de los cuatrocientos mil tomos del Clementinum. Mis padres y los padres de mis padres han buscado esa letra; yo me he quedado ciego buscándola. Se quitó las gafas y Hladík vio los ojos, que estaban muertos. Un lector entró a devolver un atlas. Este atlas es inútil, dijo, y se lo dio a Hladík. Éste lo abrió al azar. Vio un mapa de la India, vertiginoso. Bruscamente seguro, tocó una de las mínimas letras. Una voz ubicua le dijo: El tiempo de tu labor ha sido otorgado. Aquí Hladík se despertó. Recordó que los sueños de los hombres pertenecen a Dios y que Maimónides ha escrito que son divinas las palabras de un sueño, cuando son distintas y claras y no se puede ver quién las dijo.”
Del escritor argentino Alberto Manguel hay una historia sin desperdicio. Ya ha contado varias veces que su escenario onírico es la gran biblioteca que posee: “Anoche soñé que, al entrar, la habitación estaba llena de gente, escritores en su mayoría, a los que he conocido y que han muerto ya. Me llenó de alegría ver a mi vieja amiga, la poeta Denise Levertov, que murió hace unos años. Y me acerqué para besarla, pero se dio vuelta con una sonrisa y empezó a sacar libros de los estantes y a tirarlos alegremente al aire. Tuve miedo de que le pegaran a alguien” (Diario de lecturas, p. 225).
Hace unos meses, mientras revisaba Ex libris (2002) del escritor Ross King, encontré un pasaje memorable donde el autor comentaba que después de haber leído el capítulo sexto de Don Quijote, tuvo un sueño en el que quemaban libros: “Yo había observado con acobardado horror cómo eran arrancados de las estanterías y arrojados a brazadas a la hoguera por una banda de burlones criminales a los que no podía ver claramente mientras entraban y salían precipitadamente bajo la luz de la chimenea”. En este sueño, los volúmenes se convirtieron en humo negro y ceniza.
Según sabemos, Dante en su Vita Nova hablaba del libro de la memoria, acaso porque el libro es la máxima representación física de la memoria individual o colectiva. A lo largo de los siglos, el libro ha sido una representación radical de la memoria que ha facilitado la transmisión del conocimiento de una generación a otra. Por eso mismo, soñar con bibliotecas o con libros, bien que persisten o se destruyen, es un modo de recrear en un sueño el mayor temor de la historia del hombre: el prodigioso horror a la amnesia. Y esto, como puede verse, no es poco.
(*) Agosto, 2006
Chile
Los libros y los sueños
Por Fernando Báez (*)
-¿Quiere saber cuál es mi sueño secreto? Un auto de fe.
Amelie Nothomb, Higiene del asesino
Desde niño, he leido numerosos libros de sueños, pero también he soñado con libros. Todos mis sueños siempre han incluido visiones de bibliotecas o volúmenes enteros, desgarrados o quemados. He dicho alguna vez que mi mayor pesadilla es la tenaz imagen de un libro arruinado, y esto ha sido así porque entre los 6 y los 25 años casi todos mis tormentos nocturnos consistieron, con menoscabo de mi salud, en una extraña escena que reproducía un episodio tortuoso de mi infancia donde perdí la modesta biblioteca en la cual me crié, localizada en un pueblo olvidado del mundo llamado San Félix de Guayana en Venezuela.
Aquí hablo, por supuesto, desde una experiencia personal, ingrata e imborrable, pero he descubierto, a lo largo de una vida de lecturas, que la historia de los libros y de los sueños del hombre se enlazan en algunos capítulos sueltos, ignorados con saña, y hoy quisiera, sólo eso, compartir el recuerdo de esos dramáticos incidentes. Esta breve nota no tiene otro propósito.
Baste decir que hacia el 130 d.C., por ejemplo, Artemidoro (Interpretación de los sueños, 2, 45) escribió sobre los ensueños y en su catálogo mencionó aquellos donde se comen obras: «[...]Soñar con comer un libro es bueno para personas instruidas, para sofistas y para todos aquellos que se ganan la vida disertando sobre libros[...].» Los sueños bibliofágicos son frecuentes en La Biblia: los profetas podían hablar a Dios o a los ángeles en sueños. Ezequiel ha dicho que le fue presentado un rollo de papiro con una orden: Yo abrí la boca e hízome él comer el rollo, diciendo: Hijo de hombre, llena tu vientre e hincha tus entrañas con este rollo que te presento. Yo lo comí y me supo a mieles (2,8 y 3,1-4). En el Apocalipsis de Juan de Patmos, se retoma esta idea de tragar una obra: [...]Fuime hacia el ángel diciendo que me diese el librito. El me respondió: Toma y cómelo, y amargará tu vientre, mas en tu boca será dulce como la miel. Tomé el librito de mano del ángel y me puse a comerlo, y era en mi boca como miel dulce; pero cuando lo hube comido sentí amargas mis entrañas [...](10, 8-11)
No es común que los monarcas sueñen con libros, pero el califa Al-Mamún, hijo de Harun al-Rashid, en el siglo IX soñó con una figura venerable que traía unos libros y le pedía que los tradujera al árabe para salvar su doctrina. En un momento dado, supo que ese hombre era el filósofo Aristóteles y, por tanto, el califa pidió a sus sabios construir a partir del día siguiente un edificio para trasladar desde el griego los textos más difíciles del pensador griego. La Casa de la Sabiduría de Bagdad nació de este extraño hecho.
Johannes Tzetzés, muerto hacia 1180, detestaba su pobreza porque no le permitía comprar textos. Sabemos de una carta escrita por él al Emperador Manuel I, donde le explicaba la pesadilla que tuvo con un libro. En medio del fragor de una batalla, vio la Historia de Escitia de Dexipo de Atenas, cuyo ejemplar había buscado toda su vida sólo por obtener un dato preciso y secreto. El volumen en cuestión estaba en llamas, pero aún así se conservaba íntegro. La palabra, afirmó Tzetzes (Epístola 58), había vencido al fuego. Este sueño es, de alguna manera, un indicio de los anhelos de la época.
Jean Tritheme, nacido en 1462 y muerto en 1516, miembro de la Cofradía Celta, donde se estudiaba la astrología, la magia, la cábala, la matemática y la literatura, dijo que los ocho tomos de su Esteganografía los copió enteramente de un libro que vio en un sueño. La obra, en suma, describía métodos de escritura secreta, telepatía y telequinética.
Los misteriosos sueños con los libros se han preservado. En el siglo XX, el escritor francés André Gide, tuvo un sueño con Proust en una biblioteca. Dice en sus Diarios que vio un cordel que ataba a varios libros, lo desató y al caer se dañaron los lomos de las obras. Proust, impecable, argumentó que no había sucedido nada porque la edición de Saint Simon era común y corriente. Gide, sin embargo, al borde la sorpresa, se dio cuenta de que había dañado la edición más rara de ese autor.
En Artificios (1944), incluido en su magistral colección de Ficciones, Borges tiene un relato titulado “El milagro secreto” donde aparece el enigmático sueño de un escritor con una biblioteca: “Hacia el alba, soñó que se había ocultado en una de las naves de la biblioteca del Clementinum. Un bibliotecario de gafas negras le preguntó: ¿Qué busca? Hladík le replicó: Busco a Dios. El bibliotecario le dijo: Dios está en una de las letras de una de las páginas de uno de los cuatrocientos mil tomos del Clementinum. Mis padres y los padres de mis padres han buscado esa letra; yo me he quedado ciego buscándola. Se quitó las gafas y Hladík vio los ojos, que estaban muertos. Un lector entró a devolver un atlas. Este atlas es inútil, dijo, y se lo dio a Hladík. Éste lo abrió al azar. Vio un mapa de la India, vertiginoso. Bruscamente seguro, tocó una de las mínimas letras. Una voz ubicua le dijo: El tiempo de tu labor ha sido otorgado. Aquí Hladík se despertó. Recordó que los sueños de los hombres pertenecen a Dios y que Maimónides ha escrito que son divinas las palabras de un sueño, cuando son distintas y claras y no se puede ver quién las dijo.”
Del escritor argentino Alberto Manguel hay una historia sin desperdicio. Ya ha contado varias veces que su escenario onírico es la gran biblioteca que posee: “Anoche soñé que, al entrar, la habitación estaba llena de gente, escritores en su mayoría, a los que he conocido y que han muerto ya. Me llenó de alegría ver a mi vieja amiga, la poeta Denise Levertov, que murió hace unos años. Y me acerqué para besarla, pero se dio vuelta con una sonrisa y empezó a sacar libros de los estantes y a tirarlos alegremente al aire. Tuve miedo de que le pegaran a alguien” (Diario de lecturas, p. 225).
Hace unos meses, mientras revisaba Ex libris (2002) del escritor Ross King, encontré un pasaje memorable donde el autor comentaba que después de haber leído el capítulo sexto de Don Quijote, tuvo un sueño en el que quemaban libros: “Yo había observado con acobardado horror cómo eran arrancados de las estanterías y arrojados a brazadas a la hoguera por una banda de burlones criminales a los que no podía ver claramente mientras entraban y salían precipitadamente bajo la luz de la chimenea”. En este sueño, los volúmenes se convirtieron en humo negro y ceniza.
Según sabemos, Dante en su Vita Nova hablaba del libro de la memoria, acaso porque el libro es la máxima representación física de la memoria individual o colectiva. A lo largo de los siglos, el libro ha sido una representación radical de la memoria que ha facilitado la transmisión del conocimiento de una generación a otra. Por eso mismo, soñar con bibliotecas o con libros, bien que persisten o se destruyen, es un modo de recrear en un sueño el mayor temor de la historia del hombre: el prodigioso horror a la amnesia. Y esto, como puede verse, no es poco.
(*) Agosto, 2006
Comments
Baez es el Alfonso Reyes del
siglo XXI.
El mero mero maromero
Farruco Sanchez