Fernando Báez sobre la obra Biblioclastas
El 10 de diciembre se presentó Jorge Gómez con su
pieza teatral Biblioclastas en el auditorio
Jorge Luis Borges en la Biblioteca Nacional
de Argentina y el escritor Fernando Báez
hizo una nota que queremos reproducir completa:
Biblioclastas
Por Fernando Báez
El otro día soñé que quemaba un libro y no ardía
Fénix, personaje de Biblioclastas
El Bibliocausto, que es el nombre que se da al fenómeno de la quema masiva de libros, ha sido representado numerosas veces en el teatro. Unas veces de forma parcial y otras de forma total. Recuerdo, por ejemplo, Almanzor de Heinrich Heine, una pieza de 1821 donde hay un diálogo inimitable entre Almansor y Hassan sobre la combustión de El Corán en Granada. Hassan dice: «Allí donde queman libros, acaban quemando hombres». La frase se ha convertido en una cita que fue una anticipación de lo ocurrido el 10 de mayo de 1933, cuando los nazis quemaron miles de textos.
En César y Cleopatra (1901) de George Bernard Shaw, el pasaje que quiero mencionar se refiere a la quema de la biblioteca de Alejandría. Un personaje comenta que arde la memoria de la humanidad y César dice: Es una memoria infame. Que arda[...]
Más actual es la pieza divulgada en la década de los cuarenta del siglo XX por las radios en Estados Unidos titulada Ellos quemaron los libros y escrita por Stephen Vincent Benét, Premio Pulitzer, que incluye pasajes donde distintos personajes históricos aparecen para defender el libro. En cierto momento, el narrador trata de restar importancia a las quemas de libros:
«Un libro es sólo un libro. Es papel, tinta e impresión.
Si Ud. lo acuchilla, no sangra.
Si Ud. lo golpea, no sufre magulladuras.
Si Ud. lo quema, no grita.
[Ruido de llamas]
Quemar un libro, quemar cien, quemar un millón.
¿Qué es lo que hace la diferencia? »
A partir de la quema de la Biblioteca Nacional de Bagdad, en el año 2003, Joan Font y el grupo Comediants representó en diversos escenarios de España la obra “Les mil i una nits”, en la que los personajes intentaban salvar los libros mientras escuchan los cuentos antiguos y míticos de la célebre ciudad de Irak.
Ahora, y me refiero a fechas recientes en 2006, he podido asistir a una representación de Biblioclastas de Jorge Gómez y María Victoria Ramos. La lograda puesta en escena fue posible debido a un guión sólido que reproduce el escándalo que significó en América Latina la quema de los libros del Centro Editor Latinoamericano que dirigía Jorge Boris Spivacow. Con actuaciones del propio Gómez, que interpreta a un sumiso trabajador de una institución dedicada a incinerar volúmenes de forma regular, y Luis Ferreyra, que interpreta a Fénix, esta obra es un milagro en la historia teatral de Argentina, un hito destinado a convertirse en un clásico. Baste la lectura de este memorable pasaje:
Fénix:- A ver. Esta bien. Hay que tener mucho cuidado con los libros. El enemigo puede estar en cualquier lado. La lectura destruye la familia, lleva a la distorsión cultural, al egoísmo, a la irresponsabilidad, a la ambición, a la falta de escrúpulos y de honradez, a la corrupción moral y espiritual. ¿Te tomaron el examen?
Hay demasiados aciertos en Biblioclastas y el tema es ineludible porque trae a la memoria episodios conocidos durante la época de las dictaduras en Argentina, pero al mismo tiempo introduce con profundidad psicológica el ritual de la quema de libros, y el uso del nombre de Fénix es, sin lugar a dudar, el eje que nos explica que el mito principal en la destrucción de los textos es el mito del Fénix, es decir, el renacimiento a partir de las cenizas. Decenas de sociedades han creído en esta idea e incluso imaginaron un ave que en Egipto se convertía en cenizas y luego volvía a la vida con mayor vigor.
Hay un ambiente aterrador en Biblioclastas que conmueve, y no son pocos los testigos del memoricidio argentino que han llorado al ver la obra y recordar el contexto: la psicopatía de los represores, la banalidad que estimulaba la afición por el fútbol como distracción del país de entonces y la singular aproximación a una retórica inquisitorial que consagraba la violencia como argumento. En lo personal, me sentí confundido cuando Fénix atrapó a su mascota, que en este caso era un pájaro ya muerto, y lo golpeó repetidas veces dentro de un libro exigiéndole que cantara mientras rompía un libro y miré hacia los lados en busca de un apoyo visual que no encontré para justificar que la pieza golpeaba mi propia memoria como si lo hiciera con un martillo de barco y removía esas imágenes que creía apagadas ya en mí de la época en la que con seis años presencié la destrucción de la biblioteca donde me crié en un olvidado y remoto pueblo de Venezuela llamado San Félix de Guayana. Un crecida del río Orinoco, al que Julio Verne llamó “El soberbio Orinoco”, arrastró a las aguas todos los ejemplares con los que había aprendido a leer, y en una hora flotaban textos de Shakespeare o discursos de Simón Bolívar.
Yo jamás ese superado ese trauma: escribí la “Historia universal de la destrucción de libros” (Sudamericana, 2005) como una catarsis que me limpiara del horror que he sentido y todavía siento ante un libro destruido o una biblioteca en ruinas. Resulta interesante, por tanto, que durante mi viaje a Argentina tuviera la oportunidad de ser el espectador de una obra de teatro que finalmente, y por primera vez, se convierte en el equivalente de una novela como “Auto de fe” de Elías Canetti. Los autores de Biblioclastas entendieron perfectamente el problema que tenían entre manos y han dejado, en medio de la austeridad propia del trabajo cultural, este manifiesto teatral que ha de dar mucho que hablar no sólo en Argentina sino el resto de los escenarios del mundo.
Biblioclastas es una muestra del nuevo teatro argentino que ha irrumpido para quedarse y constituirse en un profundo llamado a la conciencia de un pueblo que fue víctima de lo expuesto. Nadie puede seguir indiferente ante el tema de las quemas del millón y medio de libros del editor Boris Spivacow o de Córdoba. Nadie puede alegar desde ahora olvido o puede simplemente darse la vuelta y salir del teatro sin sentir un compromiso. Al final, ante cualquier duda, hay una intervención fotográfica que contiene imágenes de las fotografías tomadas tras la orden judicial de quemar los volúmenes de los depósitos del Centro Editor de América Latina (CEAL).
Yo, que estoy ahora en Bogotá, no he logrado recuperarme del todo, y espero que no lo haga, porque me he sentido llamado a releer “Un golpe a los libros” de Judith Gociol y Hernán Invernizzi y a intentar con todo lo que sea necesario el respaldo de una querella contra los responsables de los memoricidios en Argentina. No sé si sea una utopía; en todo caso, ya estoy decidido y llevo conmigo en el vuelo que haré a Bruselas el guión de Biblioclastas para repetir en voz alta sus frases y volver al punto de origen: esa deuda inmensa moral que hemos contraído todos los que vimos la obra con los bibliotecarios desaparecidos y asesinados por los militares en Argentina.
pieza teatral Biblioclastas en el auditorio
Jorge Luis Borges en la Biblioteca Nacional
de Argentina y el escritor Fernando Báez
hizo una nota que queremos reproducir completa:
Biblioclastas
Por Fernando Báez
El otro día soñé que quemaba un libro y no ardía
Fénix, personaje de Biblioclastas
El Bibliocausto, que es el nombre que se da al fenómeno de la quema masiva de libros, ha sido representado numerosas veces en el teatro. Unas veces de forma parcial y otras de forma total. Recuerdo, por ejemplo, Almanzor de Heinrich Heine, una pieza de 1821 donde hay un diálogo inimitable entre Almansor y Hassan sobre la combustión de El Corán en Granada. Hassan dice: «Allí donde queman libros, acaban quemando hombres». La frase se ha convertido en una cita que fue una anticipación de lo ocurrido el 10 de mayo de 1933, cuando los nazis quemaron miles de textos.
En César y Cleopatra (1901) de George Bernard Shaw, el pasaje que quiero mencionar se refiere a la quema de la biblioteca de Alejandría. Un personaje comenta que arde la memoria de la humanidad y César dice: Es una memoria infame. Que arda[...]
Más actual es la pieza divulgada en la década de los cuarenta del siglo XX por las radios en Estados Unidos titulada Ellos quemaron los libros y escrita por Stephen Vincent Benét, Premio Pulitzer, que incluye pasajes donde distintos personajes históricos aparecen para defender el libro. En cierto momento, el narrador trata de restar importancia a las quemas de libros:
«Un libro es sólo un libro. Es papel, tinta e impresión.
Si Ud. lo acuchilla, no sangra.
Si Ud. lo golpea, no sufre magulladuras.
Si Ud. lo quema, no grita.
[Ruido de llamas]
Quemar un libro, quemar cien, quemar un millón.
¿Qué es lo que hace la diferencia? »
A partir de la quema de la Biblioteca Nacional de Bagdad, en el año 2003, Joan Font y el grupo Comediants representó en diversos escenarios de España la obra “Les mil i una nits”, en la que los personajes intentaban salvar los libros mientras escuchan los cuentos antiguos y míticos de la célebre ciudad de Irak.
Ahora, y me refiero a fechas recientes en 2006, he podido asistir a una representación de Biblioclastas de Jorge Gómez y María Victoria Ramos. La lograda puesta en escena fue posible debido a un guión sólido que reproduce el escándalo que significó en América Latina la quema de los libros del Centro Editor Latinoamericano que dirigía Jorge Boris Spivacow. Con actuaciones del propio Gómez, que interpreta a un sumiso trabajador de una institución dedicada a incinerar volúmenes de forma regular, y Luis Ferreyra, que interpreta a Fénix, esta obra es un milagro en la historia teatral de Argentina, un hito destinado a convertirse en un clásico. Baste la lectura de este memorable pasaje:
Fénix:- A ver. Esta bien. Hay que tener mucho cuidado con los libros. El enemigo puede estar en cualquier lado. La lectura destruye la familia, lleva a la distorsión cultural, al egoísmo, a la irresponsabilidad, a la ambición, a la falta de escrúpulos y de honradez, a la corrupción moral y espiritual. ¿Te tomaron el examen?
Hay demasiados aciertos en Biblioclastas y el tema es ineludible porque trae a la memoria episodios conocidos durante la época de las dictaduras en Argentina, pero al mismo tiempo introduce con profundidad psicológica el ritual de la quema de libros, y el uso del nombre de Fénix es, sin lugar a dudar, el eje que nos explica que el mito principal en la destrucción de los textos es el mito del Fénix, es decir, el renacimiento a partir de las cenizas. Decenas de sociedades han creído en esta idea e incluso imaginaron un ave que en Egipto se convertía en cenizas y luego volvía a la vida con mayor vigor.
Hay un ambiente aterrador en Biblioclastas que conmueve, y no son pocos los testigos del memoricidio argentino que han llorado al ver la obra y recordar el contexto: la psicopatía de los represores, la banalidad que estimulaba la afición por el fútbol como distracción del país de entonces y la singular aproximación a una retórica inquisitorial que consagraba la violencia como argumento. En lo personal, me sentí confundido cuando Fénix atrapó a su mascota, que en este caso era un pájaro ya muerto, y lo golpeó repetidas veces dentro de un libro exigiéndole que cantara mientras rompía un libro y miré hacia los lados en busca de un apoyo visual que no encontré para justificar que la pieza golpeaba mi propia memoria como si lo hiciera con un martillo de barco y removía esas imágenes que creía apagadas ya en mí de la época en la que con seis años presencié la destrucción de la biblioteca donde me crié en un olvidado y remoto pueblo de Venezuela llamado San Félix de Guayana. Un crecida del río Orinoco, al que Julio Verne llamó “El soberbio Orinoco”, arrastró a las aguas todos los ejemplares con los que había aprendido a leer, y en una hora flotaban textos de Shakespeare o discursos de Simón Bolívar.
Yo jamás ese superado ese trauma: escribí la “Historia universal de la destrucción de libros” (Sudamericana, 2005) como una catarsis que me limpiara del horror que he sentido y todavía siento ante un libro destruido o una biblioteca en ruinas. Resulta interesante, por tanto, que durante mi viaje a Argentina tuviera la oportunidad de ser el espectador de una obra de teatro que finalmente, y por primera vez, se convierte en el equivalente de una novela como “Auto de fe” de Elías Canetti. Los autores de Biblioclastas entendieron perfectamente el problema que tenían entre manos y han dejado, en medio de la austeridad propia del trabajo cultural, este manifiesto teatral que ha de dar mucho que hablar no sólo en Argentina sino el resto de los escenarios del mundo.
Biblioclastas es una muestra del nuevo teatro argentino que ha irrumpido para quedarse y constituirse en un profundo llamado a la conciencia de un pueblo que fue víctima de lo expuesto. Nadie puede seguir indiferente ante el tema de las quemas del millón y medio de libros del editor Boris Spivacow o de Córdoba. Nadie puede alegar desde ahora olvido o puede simplemente darse la vuelta y salir del teatro sin sentir un compromiso. Al final, ante cualquier duda, hay una intervención fotográfica que contiene imágenes de las fotografías tomadas tras la orden judicial de quemar los volúmenes de los depósitos del Centro Editor de América Latina (CEAL).
Yo, que estoy ahora en Bogotá, no he logrado recuperarme del todo, y espero que no lo haga, porque me he sentido llamado a releer “Un golpe a los libros” de Judith Gociol y Hernán Invernizzi y a intentar con todo lo que sea necesario el respaldo de una querella contra los responsables de los memoricidios en Argentina. No sé si sea una utopía; en todo caso, ya estoy decidido y llevo conmigo en el vuelo que haré a Bruselas el guión de Biblioclastas para repetir en voz alta sus frases y volver al punto de origen: esa deuda inmensa moral que hemos contraído todos los que vimos la obra con los bibliotecarios desaparecidos y asesinados por los militares en Argentina.
Comments
de esa obra de teatro
sobre quemas de libros
¿Alguien puede informarnos?
LUIS, VERACRUZ
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